El vientre de la mujer

 

 

Delatores, miembros de regímenes totalitarios, aquellos que arman bombas en los coches, aquellos que presionan botones para detonar explosivos; todos ellos nacieron del vientre de una mujer.

Las dos guerras mundiales fueron hechas por soldados que nacieron del vientre de una mujer.

El nombre que el piloto le puso a la bomba que lanzó en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 era el nombre de su madre: Enola Gay.

El vientre, siempre hermoso, es, en la mayoría de los casos, una fábrica que produce bestias.

Hitler y Stalin, ambos provienen del vientre de una mujer. 

María Magdalena y Jesucristo también.

La pelvis de la mujer es plena y generosa desde los tiempos de las diosas de la fertilidad y civilizaciones prehistóricas.

El mar tiene olas. 

Cada ola bebe el agua de otra ola. 

Así es el vientre de la mujer.

En el Museo de Orsay, en París, hay una pintura de Courbet llamada El origen del mundo.

En esta pintura, la vagina de una mujer no está en reposo; está resplandeciendo, emanando energía, desbordándose.

Desde lo más alto, observa el nacimiento y la muerte, indicando que la verdadera realidad va más allá de esta dualidad.

El lugar donde se da a luz es el mismo donde se tiene sexo.

El placer sexual es la recompensa de la naturaleza para aquellos que aseguran la continuidad de la prole; es como la limosna que los

ricos le dan a los pobres en las puertas de las iglesias.

La maternidad comienza en el vientre; es así tanto en los animales como en los humanos; en las piedras y en las plantas, aunque nuestros ojos no puedan verlo.

La maternidad no tiene límites.

Cada vientre, de ahora en adelante, suplicará por la maternidad perdida del mundo.

Según un reporte de la UNICEF, los nueve meses que millones de niños del tercer mundo pasan dentro del vientre de sus madres son los únicos meses que ellos viven en paz en toda su vida.

Si el instinto de la vida no fuera más fuerte que el instinto del miedo a la muerte, una mujer nunca daría a luz.

 

Traducción: Alicia Lam