Espejismos
En el límite de ningún lugar
Medellín y su ya legendario Festival Internacional de Poesía me ofrecieron la alianza fraternal con Issa Makhlouf. Apenas estrechamos nuestras manos comprobamos que en poesía el hombre nunca es extraño y que somos oriundos de una tierra ilímite. Issa proviene del Líbano, el país del cedro sosegado y del cedro herido, donde Oriente y Occidente – como en poesía – ceden sus distancias culturales. Su otra patria – de nuevo como en poesía – es la lengua del sedentario y la lengua del desterrado, esto es, del que llega de un viaje y se despide al llegar, del que dice adiós frente a la puerta bajo llave. A más de su patria (la que oyó el grito de su nacimiento y le enseñó a suspirar), mi amigo demoró no pocos años en Venezuela. Aquí educó su sentimiento de la nostalgia, vio su figura enraizarse en el resplandor y esplender en la sombra. Cuantas veces me refiere en español acerca de sus días entre nosotros descubro en su acento un dejo amoroso, el deleite de un goce verbal en el que adivino recuerdos humanos y geográficos, espacios reales e imaginarios. París es la otra tienda de este caravanero de la vida. En su voz adivino el crujido de una rama de Trípoli, siento el ruido de los pasos sobre la arena rubia de Ghazir y la respiración de sus sentimientos como una orilla del Mediterráneo, “esa enorme indiferencia”, dijera Vintilia Horia del Mar Negro, cuando anduvo en busca de Ovidio en su exilio rumano de Constanza. En sus erres para algún ave que abandona un bosque de cedrales antiguos. No olvidaré nunca su perfil de gran señor de la modestia, ni menos su mirada como un refugio contra la indignidad.
Allá en Medellín le escuché difundir sus poemas y luego, no ha mucho, en Caracas, durante la fiesta universal de la poesía. Me sedujeron sus largas formas, su prolongación de duna y de horizonte ocupados por muchas voces, como si su espacialidad sirviera de lugar íntimo y desmesurado, propicio a una confidencia dada a contar algo magnífico y grave a la vez. Mientras leía su poesía estuve cierto que en ella se aviva una llama que es la voz del poeta, la cual no tardaría en desmayar si la expusiéramos a una lectura silenciosa, pues su halo de luz es su entonación, su sedosa entonación, casi murmurada indistintamente en español y en francés. A riesgo de cometer perogrullo, siento que mi apreciación – en el caso de Issa – cobra un sesgo muy particular e intransferible a otros poetas de su estirpe. Su pasado verbo, que desdeña todo altibajo, la más leve resonancia, nos propone una lectura fonética que contrasta con su escritura, donde leemos una vivencia a menudo heridora y herida, una ternura violentada por el desasosiego, sonriente en medio de la crispación. Esta lectura bifronte de su obra la hace aún más deleitable porque nos regala dos voces: la nuestra, identificable, y la invisible, con la que andamos en busca de la suya, oída en la añoranza (la de los recitales de marras) o presentida en la ausencia física de su autor.
Tal sortilegio frecuenta las páginas de Espejismos. Bien que su original poder expresivo (el del árabe) nos es ajeno, su asunto – porque privilegia el relato, la prosa narrativa – nos gana de seguidas, no más trasponemos el umbral del libro y la anécdota, la reflexión, se niega à dejarnos, con sus intrusiones de imaginería, sus entrecruzamientos de ficción y realismo, su espejismo de mediodía sobre la blancura de la página en la que se refleja la apariencia y al punto la desfigura. Valiéndose de esos sortilegios Issa presenta a nuestros ojos una vida posible, verificable, la materia del mundo y su cambiante semejanza (ora personal, nuestra, propia y extranjera, existente o irreal, o ambas a un tiempo), sin descuidar nunca el orden narrativo (su sistema de laberintos, sus calles ciegas y sus salidas inesperadas de duración y ámbito) con los que elabora esa prosa poética y poetizada que conforma la unidad, la coherencia de Espejismos y la fidelidad con que observa aquella advertencia que leemos sobre el dintel de su puerta: “Lo que yo cuento hoy/ Son las historias que hubiera esperado escuchar./ Lo que cuento no es sino una parte de aquello que no he visto/ Si lo hubiera visto, no lo habría contado”.
Notemos que en la advertencia el poeta define una muy antigua manera de relatar, harto afín a la cuentística del Medio Oriente : lo ajeno, lo que no nos es propio es una excusa, un modo de vernos sin que nos sorprendan. Sherezade podría jurar en nuestro nombre que este atrevimiento valorativo no es para nada una herejía del sacrosanto “había una vez” que es comienzo y término del avatar de estar en el mundo viéndolo y viviéndolo, adivinándolo y soñándolo con nuestra vida real e ilusoria.
Ello acaso explique por qué Issa “prefiere” contar sus motivaciones y determina apropiarse mediante el relato de un género en el que Lautréamont y el Baudelaire de Pequeños poemas en prosa lucieron su mejor y más perdurable lenguaje anecdótico, aquél librándose al testimonio del delirio y el entresueño de la razón, éste pendiente de una irónica y desencantada demostración de lo real.
En Espejismos, el poeta-narrador nos convence de que el material de su cuento es extraído de la víscera y del aliento, que los personajes son menos fingidos que inquebrantados, bien que la intrusión de lo poético en parte los desfigure o en parte resulten intervenidos por la alteridad, en cuya encontrada apariencia se presiente el yo poético. Leamos, para comprobarlo, las postrimerías del libro, la intitulada “Quietud”, donde ciertos personajes de la santidad, la religión y lo insólito se dicen a sí mismos.
Entre la realidad y la ficción, el testimonio o el juramento de lo vivido, la confidencia enmascarada, la añoranza de lo incierto o lo por vivir, propuestos al lector como una escritura sin nombre; quiero decir, sin género conocido o por momentos familiar, esta obra nos permite festejar la llegada hasta nosotros de una voz nunca antes oída, en la cual poesía y narración ajustan un nudo de bruma y de tela de araña, pero asimismo es indisoluble como el del ahorcamiento y el de la nada, con sus bellas y altas maneras, suavísima y áspera, festejante y elegíaca, poética en suma, pero de una poética que sólo pertenece a Issa, a Issa Makhlouf. Su lectura habrá- qué duda cabe – de sorprendernos por lo que tiene de subyugante.
Para festejarla, el gran poeta sirio- libanés Adonis, seudónimo oriental de Alí Ahmad Saíd Esber, ha dicho:
En Espejismos, Issa Makhlouf reúne las palabras en una poética que anula las fronteras entre prosa y poesía, presentando de esta suerte un particular ejemplo de la nueva escritura poética y anuncia, de manera original, una forma de escritura en donde se unen el relato, la contemplación, la biografía, el ensayo, todo ello en una estructura artística bien fundamentada.
En este libro, la escritura no sólo reúne los detalles visibles ; ella abre igualmente esos detalles (y es su aspecto más importante) a las perspectivas invisibles de las cosas y de los acontecimientos. La escritura es aquí el equivalente del ser en todas sus dimensiones: vida, pasión, imaginación y pensamiento…
Luis Alberto Crespo